Ahora sí no se podía aguantar. Un dolor punzante se apoderó de su vejiga y Evaristo se encogió gimiendo discretamente. Intentó avanzar unos pasos en dirección al baño pero alguien se quejó; Evaristo escuchó algo referente a turnos sin hacer mucho caso. Finalmente comenzó a avanzar desesperadamente al ver que la portezuela del baño indicaba verde y se abría bruscamente.
Al adivinar sus intenciones los demás entraron involuntariamente en una carrera desesperada hacia la portezuela. Evaristo había aprovechado el elemento de la sorpresa pero había tiempo para reaccionar. La muchacha fue la primera y única ya que en el momento en que Evaristo pasaba a su lado logró alargar la pierna y enganchar su pie derecho; perdió inmediatamente el equilibrio y se desplomó seco en el pasillo boca abajo.
Patricia regresaba cuando oyó unas voces que se quejagan seguidas de un aparente alboroto, gritos y de golpe un silencio inesperado. Morbosamente se quedó quieta y volvió apresuradamente a los baños. Apenas asomó la barba una aeromoza le bloqueó la vista y la invitó a volver a su asiento. Sin haber visto nada y alborotada ante la idea resurgente que algo le podría haber pasado a su pichoncito, comenzó a soyosar y después de unos momentos se desplomó en el pasillo desconsolada, creando ríos negros de maquillaje y lágrimas que descendían de sus ojos. Sus espectadores la miraban sin saber qué hacer, decir ni pensar. En ese mismo instante se escuchó una débil voz que imploró desconsoladamente:
"Ah Chingá! Ya me mié los pantalones..."
martes, 12 de abril de 2005
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