sábado, 26 de diciembre de 2009
Sobre una visiòn
La Ciudad de México reserva un sinnumero de sorpresas y resguarda una infinidad de secretos. Desde su fundaciòn, el 18 de julio de 1325 hasta su caìda el 13 de agosto de 1521 fue un islote capital de un imperio. A partir de ese momento el islote comenzò a beber insaciablemente agua, expandièndose lentamente hasta convertirse en tierra firme. Por casi 300 anios fue la capital colonial de un imperio ultramarino; los viejos templos fueron derribados, y en su lugar fueron edificadas iglesias y palacios de gobierno. La ciudad fue creciendo y en ella se ha ido plasmando el pasar del tiempo; lo que una vez fueron pueblos se vieron englobados por la urbe, convirtièndose en barrios y plazas. El tiempo tambièn se ocupò de fusionar lo viejo con lo nuevo, lo pasadero con lo de siempre, modelando asì un sin fin de estilos y de colores, de expresiones y realidades, de individuos y afiliaciones. Con el pasar del tiempo lo que habìa sido un isolte se convirtiò en una jungla, el agua se viò substituìda por las piedras y màs tarde por el cemento. Los fogones y las velas dejaron paso a la luz elèctrica, a los automòviles y los aviones, a los helicòpteros y los espectaculares. La ciudad no solo creciò en extensiòn, sino que se elevò. Allà donde hay un motel en las afueras tambièn hay una suite con arena en la tina en el ùltimo piso de un edificio de muchos metros de altura. Por algun tiempo la ciudad misma presumiò la màs alta edificaciòn de la zona socio-econòmica. Sus vìceras fueron taladradas y gusanos de hierro comenzaron a emprender su interminable vaibèn por el que algùn tiempo fue el inframundo nàhuatl. El aire se adensò, se hizo cada vez màs espeso y oscuro, y los volcanes circundantes cesaron de existir a momentos, desaparecìan allà donde alguna vez se los podìa ver en el horizonte. Los pàjaros siguieron cantando pero fueron ensordecidos por los motores. Sangre, aceite, conreto y polvo. La Ciudad de México vuelve a elevarse en el cemento con sus arterias prefabricadas que le permiten a uno alzar el vuelo dejando todo abajo, pudiendo asì disociarse por unos breves instantes en un silencio inusitado y antinatural. Y es entonces, si uno tiene realmente suerte, que al caer el sol cuando una infinidad de puntos incandescentes cubren la ciudad, que desde allà arriba, en esa paz y ese silencio la ciudad revela su màs ìntimo secreto: se la puede ver transformada en el manto dorado de Afro Thunder. Una promesa y un suspiro de alivio, un futuro y una certeza.
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